Perú: Ay, Tintaya
Por Francisco DurandPrepárese a leer la crónica de un desencanto. En Lima, me enteré que la mina Tintaya apoya la “responsabilidad social” y el “desarrollo sustentable”, que es un modelo internacional de relaciones comunitarias. “Cero daño” es el slogan. La ONG CooperAcción me confirma que luego de varios conflictos -principalmente la toma del 2005- se acordaron fórmulas de negociación, reconociéndose el pasivo de problemas, lo que bajó las tensiones.
Cuando llegué al Cusco, el panorama se ensombreció. En el Centro Bartolomé de las Casas me advirtieron que la situación es más complicada. Lo excepcional en Tintaya no es la mina sino el pueblo, su capacidad para “arrancarle recursos”; por eso, finalmente, cedieron. Apenas llegué a Yauri, situada a pocos kilómetros de Tintaya, me dijeron en una tienda: “La mina, ingeniero, es un mal necesario”.
En 10 días visité la mina, la alcaldía provincial, la parroquia, una ONG, y las principales organizaciones sociales y frentes de defensa. Asistí a una reunión del Convenio Marco de Espinar y a una asamblea de comuneros “afectados”. Encontré viejos problemas resueltos, otros pendientes de resolución, dos mecanismos de negociación y distribución de recursos funcionando -la Mesa de Diálogo con los “campesinos afectados”, y el Convenio Marco con el pueblo de Espinar-, y, sobre todo, nuevos problemas. Enumero los peros encontrados.
Uno, las comunidades afectadas, por expropiaciones, han recibido tierras en compensación, pero el proceso es lento, incompleto y complicado. Según un experto, un tercio está contento y se ha trasladado, otro tercio está insatisfecho -algunos todavía en sus casas, temiendo juicios y desalojos, lo que me confirmaron los comuneros de Huano Huano- y el resto a la espera de tierras.
Dos, existe una preocupación general por la contaminación. Tintaya usa sus propios controles y monitoreo de agua, aire y tierra, y la propia población participa, pero persiste el viejo reclamo de un estudio independiente, amplio territorialmente y con pruebas en animales y personas.
Mientras no se haga, seguirán lo temores. Lima no hace nada al respecto. Tres, Tintaya incumple acuerdos de proveer empleo a locales y dinamizar más la economía local. Cuatro, los acuerdos permiten distribuir ingentes recursos, pero la mina controla el presupuesto del Convenio Marco y la Mesa sin dar cuenta detallada de gastos. Cinco, las organizaciones locales no están desarrollando capacidades de generación de proyectos. Fundación Tintaya cumple esas funciones.
Seis, la mina se ha convertido en un gobierno privado que maneja Espinar. Es posible que esta anomalía sea por la clamorosa ausencia del Estado, un efecto indirecto de los mismos acuerdos, y debido a la desigualdad de capacidades y recursos; pero, sobre todo, son planes de la empresa. Tintaya, al “fidelizar” la población -su término-, la polariza y la hace dependiente: financia elecciones locales, apoya a dirigentes comuneros “leales” con obras y trabajo y condena a los “conflictivos”.
Este listado de problemas coexiste con múltiples obras públicas y de la mina: carreteras, estadio, hospital, parques, luz, alcantarillado, etc. La pregunta es: ¿si así están las cosas con las vacas gordas, qué va a pasar cuando lleguen las vacas flacas? Las organizaciones sociales plantean la “reformulación de convenios” vía movilizaciones, porque “sin presión no hay negociación”. La mina y el gobierno se preparan para evitarlo. El aniversario de las tomas el 21 de mayo es la ocasión.